El 3 de abril se cumplen cien años del nacimiento de uno de los gigantes de la interpretación a nivel mundial: Marlon Brando. Aprovechamos la efeméride para destacar una de sus actuaciones más memorables, la de Don Vito Corleone en El Padrino. Y para llamar la atención sobre ese rol de liderazgo que supo cultivar dentro y fuera de las pantallas. Un rol que transitó de las viejas costumbres a los nuevos preceptos del buen CEO.
«Un hombre que no pasa tiempo con su familia nunca puede ser un hombre de verdad», Don Corleone
Marlon Brando y el concepto de liderazgo
Hubo un tiempo en el que emular a Don Vito Corleone parecía obligado cuando de presidir una compañía se trataba.
El mítico personaje de El Padrino, que encarnó con maestría Marlon Brando en 1972, hace gala de una personalidad y principios inquebrantables, capaces de apuntalar todo un imperio empresarial y familiar.
Corleone jamás se dejaba llevar por las emociones, cultivaba el pensamiento estratégico y las alianzas políticas, negociaba como nadie, infundía un gran respeto, a menudo basado en el temor; se rodeaba de gente tan inteligente como leal y defendía valores tradicionales como el de la familia. De hecho, para uno de los miembros de esta última reservaba su plan de sucesión.
Es indiscutible que Brando encarnó, a través de su papel, un liderazgo basado en valores férreos y en la formación de un equipo de estrechos colaboradores capaces de compartir y defender, sobre todo lo demás, dichos principios.
Pero ¿son los CEO de hoy el Corleone de entonces? Ni mucho menos. Más bien emulan al Marlon Brandon de las últimas décadas, a la persona y no al personaje. Un liderazgo capaz de ganarse la estima, más que imponerla, por la defensa de las causas sociales.
Una figura inspiradora que supo evolucionar
Defendió a los nativos americanos, algo que dejó muy claro cuando pidió a una activista apache que recogiera en su nombre el segundo Oscar que le concedió la Academia.
No fue la única causa social que abanderó. Brando estuvo comprometido con otras muchas. De hecho, llegó a ser embajador de buena voluntad de Unicef.
Esta sensibilidad, su activismo, por ejemplo, a favor de la comunidad negra en EEUU, actuaban como contrapunto en la figura de Brando. Alguien que, como todo actor de culto, llevaba sobre sus hombros el peso de la polémica.
Y es que, Brando tenía fama de ser difícil en los rodajes. Pero su personalidad e interpretaciones traspasaba la pantalla y conquistaba a espectadores de todo el mundo. Estas últimas le valieron, de hecho, dos premios Oscar: en 1956 por La ley del silencio, de Elia Kazan, y en 1973 por su papel en El padrino, de Francis Ford Coppola. Estuvo nominado en otras tres ocasiones.
Su rigor puso en el ojo de mira al popular método del Actors Studio de Nueva York (EEUU), y su gusto por la improvisación, que no siempre contó con el beneplácito de sus compañeros y compañeras de reparto, enfatizaron el mito y la leyenda como actor. Esa que logra endosar a una persona calificativos tan dispares como los de brillante y cruel. Quizás porque, como algunos coetáneos o expertos en su figura aseguran, lo fuera a partes iguales según con quién.
Rebelde, carismático, comprometido, seductor, agresivo, vulnerable… , son calificativos que recaen sobre el mismo hombre. Capaz de transitar por varios de los roles del liderazgo que han imperado desde finales del siglo pasado hasta nuestros días: desde el autoritario al comprometido con el cambio social. Lo que nunca se podrá decir de Brando, sin embargo, es que no fuera fiel a sí mismo.
Hoy en día, disfrutar de largometrajes como Un tranvía llamado deseo (1951), La ley del silencio (1954) o Julio César (1953); El último tango en París (1972), Apocalypse Now (1979) y por supuesto El Padrino (1972), es rememorar al mejor Brando, uno de los grandes del siglo XX.