#bosswashing: cuando el postureo de LinkedIn no deja ver el verdadero liderazgo

En LinkedIn hay más de 830 millones de perfiles a nivel mundial. Solo en España cuenta con 15 millones de usuarios (siendo la población activa de unos 20 millones). Según los propios informes de esta red social, la mayoría de los candidatos se presentan usando la combinación de tres palabras: liderazgo, motivación y creatividad, sin saber que no hay nada más manido que la palabra líder. Además, parece que se impone un solo tipo de líder, configurado a base de tendencias, algoritmos y seguidores. Es la dictadura de un nuevo lavado de imagen: el #bosswashing.

La red se ha llenado de hashtag. Creemos que nos movilizamos compartiendo un #BlacksLivesMatters, pero no hablamos de la diversidad de nuestras plantillas o aplaudimos un #yomequedoencasa sin facilitar el teletrabajo a nuestros empleados.  Ya nadie habla de ser jefe, de mandar, de acciones y de resultados.

Para construir nuestra imagen de marca, hemos pasado de mostrar lo que hacemos a convertir nuestro trabajo en un espectáculo: lo que los analistas llaman pasar del “business show al show business”. Una estrategia que puede funcionar a Lady Gaga, pero que no tiene mucho sentido para un directivo de una organización.

El liderazgo en el mundo de los negocios no lo da el puesto. Pero sí lo dan los resultados de una gestión. Una empresa líder no es una empresa ‘maja’, es una empresa más competitiva. Javier Esteban, periodista

El liderazgo hay que ganárselo con hechos

Se ha vuelto incómodo hablar de poder en la empresa, de los resultados conseguidos o de las decisiones equivocadas. Se nos nombra para un puesto, el liderazgo hay que ganárselo después. El diseñador de estrategia personal Andrés Pérez Ortega define en su blog qué es el liderazgo: “Es una cualidad; la habilidad de conseguir que las personas te sigan, que apoyen tus propuestas e ideas y actúen en consecuencia”.

“Creo que si hay algo que ha acabado con el liderazgo es el marketing, especialmente el marketing político, pero se podría aplicar a todos los campos. Cuando lo importante es el personaje en lugar de lo que aporta, entonces todo se cae. Vemos a políticos, cargos empresariales y sindicales y de cualquier tipo que están todo el día haciendo declaraciones que no dicen nada. Ah, pero eso sí, su imagen está estudiada al milímetro”, asegura Pérez Ortega en su blog.

Las empresas no necesitan superhéroes

Las empresas se encuentran en un lavado y centrifugado constante. Primero que si el greenwashing (el programa más eco), luego que si el rainbowashing (el blanqueo inclusivo), pasando por el socialwashing (en el que se puede mezclar toda la ropa), el healthwashing, el veganwashing, el cloudwashing… Sin embargo, cuántas compañías son en realidad todo aquello que proclaman en sus presentaciones. Ahora, algunas empresas encargadas de imagen de marca ofrecen un producto más personal: el bosswashing (el buen líder sale directamente sin mancha de la lavadora del marketing).

No es nada nuevo: “Lo hacía Steve Jobs, lo hace Bill Gates y no es muy diferente de lo que hace la gente que contrata copywriters para que les escriban los perfiles de LinkedIn o los copypastean ellos mismos. No hay nada malo en hablar de liderazgo, pero sí en pervertirlo como una entelequia que vale para un CEO, un tenista o cualquier vídeo viral del día. El liderazgo en el mundo de los negocios no lo da el puesto, eso está claro. Pero sí lo dan los resultados de una gestión. Una empresa líder no es una empresa ‘maja’, es una empresa más competitiva. Si alguien se autodefine como líder sin esas credenciales, huye”, explica el periodista Javier Esteban en LinkdIn.

El liderazgo, por tanto, se relaciona con la gestión del poder y aquí aparece la vertiente más maligna del #bosswashing: no hay que confundir los derechos laborales con la condescendencia de la jefatura. Tampoco será económicamente viable una empresa que juega al “laissez faire” (al todo vale), asegura.

El estatus de líder lo deben reconocer siempre los demás

Es absurdo recalcar en un currículum nuestra “capacidad de liderazgo”. “Para empezar, el estatus de líder lo reconocen los demás, no uno mismo”. Esta frase no es de ningún experto en marketing, sino del jugador de baloncesto Pau Gasol. Además, lo que hace apenas unos días se consideraba una buena práctica empresarial hoy puede ser catalogada de aberración. Tipos de liderazgo hay casi tantos como personalidades distintas, y no todos son buenos. Igual que hay personas tóxicas, puedes “padecer” un líder tóxico. El propio Elon Musk declara abiertamente que no sabe delegar y que rara vez escucha las sugerencias de sus empleados. Sin embargo, no hay charla motivacional en la que no ponga en los altares al consejero delegado de Tesla. ¿Héroe o villano?

Aristóteles sostenía que la habilidad (competencias) no es menos necesaria que la virtud (valores) para el gobierno de la polis. Muchos siglos más tarde, Kenneth Leithwood (especialista en liderazgo educativo de la Universidad de Toronto) apuntaba que ser líder consiste en “hacer bien las cosas correctas”. Es decir, liderar no implica solo ser una buena persona y hacer lo correcto, sino que va más allá. Ser líder conlleva hacer las cosas bien, ser efectivo, conseguir resultados, crear valor. En definitiva, conseguir los objetivos de la organización mejorándose a uno mismo y a los que trabajan en ella.

El escritor Peter Drucker, al que muchos consideraban el mayor filósofo de la administración de personal, aseguraba que “ninguna institución puede sobrevivir si necesita genios o superhombres para dirigirla. Debe ser capaz de organizarse de manera que las cosas funcionen con un liderazgo compuesto por seres humanos normales”.

¿Y si todos nuestros esfuerzos por “salir bien en la foto” los destináramos a un debate serio sobre cómo mejorar nuestra forma de liderar?