De la teoría a la práctica de la diversidad

Pino  Bethencourt |  19 de octubre de 2015

En la verborrea científica de management y liderazgo se habla a menudo de lo muy demostrado que está que los equipos diversos son más efectivos que los que no lo son. Parece que la falta de diversidad es un problema de idiotez, si atendemos a estos razonamientos, puesto que a todas luces está claro, y científicamente demostradísimo, que es mucho mejor tener un equipo diverso.

Muy bien. Pues ahora que nos expliquen qué hacemos con nuestro país. Porque lo único que está claro en España es que somos tan diversos que nos dan siete ataques de nervios todos los días. Lo de que esto es “mucho mejor y más efectivo” que ser más igualitos está aún por demostrar.  Y si no, miremos el desfile del pasado 12 de Octubre. Un auténtico poema al dolor de la diversidad.

Y es que lo que los gurús olvidan decirnos, probablemente porque decir y aconsejar es mil veces más fácil que hacer y demostrar, es que para liderar realmente a los equipos diversos ¡hay que tener unos c***nes de aquí te espero!

Espero que nadie se ofenda por mis tacos disimulados por asteriscos. Es que no hay modo más claro de decir lo que todos intuimos, aunque no seamos gurús. Y precisamente el hecho de que hablemos así en España es la pura demostración del nivel superior de diversidad ultra-extrema que nos traemos entre nosotros. Somos pura pasión. Para lo bueno y para lo malo.

Las primeras pinturas en cavernas y figuritas que dejaron nuestros ancestros más antiguos solían tener genitales enormes. Claramente sabían lo tremendamente importantes que son los c***nes para mandar. Y para todo en la vida. Los ovarios también. Pero estos no son palabrota. ¿Por qué será?

El liderazgo no es una teoría manoseada y parafraseada con palabras cursis y anécdotas embellecidas para surtir efecto en auditorios repletos de ejecutivos desmotivados, aburridos, y secretamente preocupados de no volver a sentir sus genitales en modo desproporcionado. Por algo los canales de radio están repletos de anuncios contra la disfunción genital masculina en hora punta todas las mañanas. De la femenina no se habla directamente porque se esconde tan bien que se da por perdida. Hemos montado un sistema de cursiladas, mentiras, disimulos y faltas de emoción que dejan a cualquiera francamente blando. Aburrido, hastiado, y ¡hasta los mismísimos c***nes!

¿Desde cuándo hay que ser blando y gris para ganarse la vida? ¿Por qué hay que pintar figuritas proporcionadas y científicamente perfectas sin ningún misterio, sin ningún símbolo de pasión, heroísmo o valentía? ¿Qué nos pasa?

El otro día un cliente me contó que desde que montó su propia empresa le era mucho más fácil explicarles a sus hijos lo que le quitaba el sueño por las noches. Ahora les podía explicar que tenía que pagar las nóminas de múltiples empleados con familia pero que no tenía el dinero porque sus clientes no le pagaban a tiempo. En el pasado las trifulcas empequeñecidas de grandes ejecutivos clavándose cuchillos pueriles entre sí por conseguir un gesto de aprobación del jefe máximo eran tan intelectualmente complejas, y tan vergonzosas en el fondo, que no podía darles una contestación decente a sus niños. Creo que esta anécdota resume el plan en el que nos hemos metido bastante bien, ¿no créeis?

¡Aquí lo que falta son más c***nes!

Ahora que me he permitido escribirlo públicamente no puedo dejar de decirlo. El que se ofenda que por favor sustituya mentalmente la expresión por cualquier otra palabra más elevada y menos clara de su elección. Y las mujeres por favor aplíquense el cuento con tanto ahínco como los hombres. Como si el término ‘ovarios’ fuese tan bárbaro, salvaje e indomable como su contrario masculino.

La práctica de la diversidad, y de todos los aspectos del liderazgo, se mueve precisamente a este nivel. Las culturas indígenas, infinitamente más apegadas a la  Tierra, a lo animal y lo salvaje, lo sentían con gran claridad. Los animales y los niños pequeños, aún no contagiados por nuestro sofisticado sistema de estupidez intelectual, llena de matices que no significan nada real, también reaccionan inmediata e instintivamente a este nivel de liderazgo. Y aquí se acaban todos los problemas de falta de diversidad. Y se acaban las discusiones sobre qué color queda mejor o qué acción estratégica será la más acertada.

Cuando los equipos están unidos profundamente al nivel de la emoción, del instinto y de la pasión sin tapujos, se mueven sin poner trabas. Reman sin dar la tabarra en twitter. Están tan comprometidos, tan metidos en el ajo del reto propuesto, que no les queda tiempo ni ancho de banda para reivindicar detalles que no suman, sino que solo restan. Eso sí, en cuando flaquee el líder lo más mínimo, se lo comen. Sin contemplaciones. Así se sigue haciendo en el mundo animal, carente de intelecto educado con MBA. Se entiende clara y llanamente que con un líder sin c***nes bien puestos la manada acabará muerta a manos de enemigos, peligros o amenazas externas.

La seguridad no viene del conocimiento científico ni los consejos pulidos de gurú con dentadura blanca perfecta. La seguridad se siente. Se comparte. Se intuye. Se vibra. Se reconoce. Su fuente es el líder con la fuerza interior capaz de poner a todos en su sitio con una sola mirada en un micro instante.

Noten que he dicho fuerza interior. En nuestros tiempos de hiper-consumismo gris, plagados de disimulos y campañas de motivación multi-millonarias para suplir la falta generalizada de c***nes entre nuestros líderes, tendemos a confundir el espectáculo externo con la realidad menos obvia. Igual que confundimos el sexo acrobático, repleto de pildoritas de colores para todos los implicados, con la pasión profunda que no requiere esfuerzo ni preparación. La fuerza interior no se materializa en despliegues de poderío innecesarios, ni se apoya en armamento sofisticado como el que vemos todos los días en las noticias internacionales.

La fuerza interior conquista sin intentarlo. Nos mueve sin que podamos explicar claramente qué nos hizo seguirla. Se apoya en la lealtad irresistible. No en las exigencias de lealtad razonadas y empujadas por boca de otros tipos fuera de España que no saben de qué están hablando. La lealtad no se razona. Se siente. O no se siente. Y cuando no se siente, es porque algo muy importante y muy profundo falla.

Así es como se construye la fuerza interior: mirando lo que falla a nivel profundo. Sintiendo y atendiendo al porqué de dichas sensaciones. Resolviendo las emociones que puedan estar equivocadas y soltando la rabia en lugares seguros donde no perjudique a nadie. Hasta que deje de cegarnos. Hasta que deje de dirigirnos con el cuento absurdo de que mandamos mucho y los demás nos tienen que obedecer.

Posiblemente España sea la bestia más compleja, diversa y salvajemente apasionada que nadie se haya propuesto domesticar. Demasiadas culturas han muerto para darle vida. Demasiados pueblos se han humillado para darle grandeza. El que piense torear en esta plaza, por favor, que encuentre sus c***nes de una p*** vez! ;-)!!