Club de Lectura por David Boronat, Presidente de Multiplica | Durante gran parte de vida me acompañó uno de los mayores defectos que una persona puede llegar a tener: querer siempre tener la razón. Si a alguno o alguna se ha sentido aludido/a, La realidad no existe de Javier Rodriguez de Santiago es el libro que tienen que leer. O al menos mi resumen 😉
Porque definitivamente la realidad no existe. Probablemente existe una realidad pero que no es ni la que individualmente percibimos, ni la que colectivamente nos explicamos. Y aún así vivimos como si la manera en la que entendemos el mundo fuese certera.
Pero, son muchas las razones por las que la realidad no existe:
- Nuestros sentidos nos engañan
Para empezar, no somos capaces de detectar mucha de la realidad que sucede a nuestro alrededor porque nuestros sentidos están muy lejos de ser perfectos. Hay infinidad de sonidos, colores, olores, sabores y otras muchas sensaciones a las que somos por completo ajenos.
Pero, no sólo se nos escapan cosas, sino que distorsionamos las que captamos porque nuestro cerebro reinterpreta las señales que recibe, recalibrando todos los colores que tenemos delante, como si pasáramos la imagen por Photoshop para mejorarla. Lo que ignoramos abarca una realidad infinitamente más extensa de los somos conscientes.
2. Nuestras percepciones nos engañan
Hay un problema adicional para poder interpretar la realidad como corresponde. Y es que nuestro cerebro es como un estudiante un poco vago que busca sin cesar minimizar la energía que gasta y maximizar la utilidad de la información que nos da.
Por eso, usa reglas generales y sencillas, atajos, para tomar decisiones, especialmente en situaciones de incertidumbre o cuando no tenemos tiempo para analizar. Y aquí es cuando empezamos a equivocarnos.
Somos máquinas de buscar patrones. Y el problema es que nuestra capacidad para identificar patrones nos afecta de formas mucho más profundas de lo que pensamos, especialmente si tenemos en cuenta que nuestro mundo es básicamente impredecible.
3. Tiempo y materia no son lo que creemos
La materia oscura – aquella que no se puede ver – conforma el 84% de la masa del universo, pero aún se desconoce de qué está hecha. Solo sabemos de su presencia por la gravedad que produce. Ello significa que la mayor parte del universo escapa a lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Además, nada se toca con nada. Lo que sentimos es cómo los electrones de los átomos de la superficie de nuestros dedos se repelen con los de la pantalla o la piel.
Nos movemos por la vida tomando decisiones y actuando en virtud de lo que sabemos y, como mucho, con un ojo puesto en aquello de lo que somos conscientes que desconocemos. Pero hay una inmensidad que nos es tan completamente ajena que ni siquiera somos conscientes de que existe.
Encima, el tiempo no es algo que fluye uniformemente y de manera independiente de todo lo demás. La Tierra ralentiza el tiempo a su alrededor con una intensidad que varía en función de lo lejos que estemos de su centro.
El tiempo no es universal. No es constante ni igual para todos, ni tan siquiera sabemos bien qué orden sigue. Erwin Schrödinger, uno de los padres de la mecánica cuántica, cree que todo sucede de manera simultánea. Cada vez que medimos la realidad – cada vez que la observamos – nuestro universo se desdobla en una serie de posibilidades. O quizás existan ya todas ellas en infinitos universos paralelos mutuamente inobservables, desde cada uno de los cuales solo uno de los resultados es posible. En el momento de la observación ‘algo’ sucede para que el sistema se decante por un estado definido. ¡Cagate lorito!
4. Estamos llenos de sesgos
Para eficientar aún más nuestro cerebro, hemos ido desarrollando toda una serie de sesgos cognitivos que sin quererlo distorsionan nuestra interpretación de la realidad.
Por ejemplo, cuando nos hemos formado una opinión sobre algo nos cuesta muchísimo cambiarla (incluso cuando se nos presentan evidencias claras de que es falsa). De ahí que tendemos a priorizar la información que confirma nuestras creencias. Como nos gusta tener la razón, hacemos todo lo posible por convencernos de que la tenemos.
Tendemos a buscar siempre pruebas que confirmen lo que ya creemos. Captamos información incompleta, confusa y a veces directamente errónea de nuestro entorno y con ella armamos nuestra visión del mundo. Y a partir de ahí la reforzamos basándonos en evidencias y recuerdos sesgados (sesgo de confirmación).
O tendemos a ver aquello que ha sucedido ya como más predecible de lo que en realidad lo era en su momento (sesgo de retrospectiva). O cuando negociamos, el primer número que se menciona suele afectar al resultado final (sesgo del anclaje). Tenemos disonancia cognitiva y así cuando se nos presenta una evidencia que contradice una opinión o creencia importante, en vez de cambiar de opinión solemos reafirmarnos en lo que ya pensábamos. Nuestra mente quiere coherencia y nos empuja a la autojustificación.
Tendemos a dividirlo todo en dos grupos extremos, cuando la realidad suele ser mucho más matizada. Damos más importancia a lo malo que a lo bueno. O sobreestimamos el riesgo de aquello que nos asusta. Tendemos a ver las cosas de manera desproporcionada (por ejemplo, cuántos inmigrantes viven en nuestro país). Agrupamos cosas o personas que son muy diferentes. Tendemos a pensar que las culturas asiáticas son todas iguales.
Los sesgos cognitivos son errores sistemáticos, atajos habitualmente útiles que en determinadas circunstancias nos inducen al error. Y lo hacen porque no somos conscientes de cuándo nos afectan.
5. Nuestra memoria no es ni de lejos tan fiable como creemos
Pero, también tendemos a recordar mejor aquello que sucedió y que encajaba con nuestras expectativas o nuestros prejuicios.
Cada vez que accedemos a nuestra memoria no sólo recordamos, sino que reescribimos parte de esta. En este proceso, usamos nuestras emociones actuales para reconstruir el recuerdo de nuestras emociones pasadas y si hay una disonancia que necesitamos resolver, es posible que modifiquemos nuestro recuerdo para hacerlo. Con frecuencia añadimos o modificamos detalles sin darnos cuenta. Hasta podemos llegar a recordar cosas que nunca sucedieron. Lo más increíble de todo no es que nuestros recuerdos no sean fiables, sino que a nosotros nos lo parece.
6. Nuestras emociones, las que faltaban
Si bien las emociones son fundamentales para nuestra vida (ya que nos activan), también nos llevan a interpretar la realidad de manera equivocada muchas veces. Las emociones son fundamentales e, al igual que los sesgos, nos facilitan la toma de decisiones. Pero pueden volverse contra nosotros, como un elefante desbocado. No hace falta que os lo cuente, ¿no?
Por eso, recordar que no somos racionales, especialmente bajo la influencia de la prisa y las emociones, es fundamental para interpretar mejor la realidad.
7. Somos nuestras experiencias
Experimentamos la vida. Nadie tiene las mismas experiencias que otra persona. Por eso, lo que a nosotros nos resulta obvio a otros no se lo parece.
Filtramos la realidad a través de esta especie de embudo hasta convertirla en una versión digerible y simplificada. Lo cual es innegablemente útil. Sin embargo, esa versión digerible y simplificada se basa en nuestra minúscula experiencia de la realidad y dentro de ella en el aún más minúsculo conjunto de cosas a las prestamos atención.
Nuestro entendimiento de la realidad se basa en aquello a lo que hemos estado expuestos, lo que sabemos que sabemos. A veces, incluso tenemos en cuenta lo que sabemos que no sabemos. Pero casi nunca pensamos en todo aquello que no sabemos que no sabemos.
Además, las burbujas de convicciones tienen un problema: cuando llevan demasiado tiempo existiendo, es probable que esa visión compartida haya dejado de estar en sintonía con un mundo que ha cambiado. Las burbujas rechazan nueva información, como hizo aquel ejecutivo de Microsoft al que preguntaron por el futuro del iPhone. Nos preocupa siempre más si una nueva idea es coherente con lo que ya pensamos.
8. Nuestro lenguaje nos condiciona
La cultura a la que pertenecemos define aspectos esenciales de nuestra vida. Para empezar, determina cómo nos relacionamos con otros en dimensiones como la cantidad de contexto necesaria para comunicarnos, cómo de directos somos a la hora de evaluar a otros, cómo persuadimos o lideramos, el valor que damos al consenso para tomar decisiones, cómo generamos confianza, cómo resolvemos nuestros acuerdos o de qué manera gestionamos nuestra agenda.
Pero, además, nuestra lengua materna influye en cómo percibimos el mundo. Hablar español, inglés o chino cambia nuestra manera de pensar. Así, mientras que en las culturas occidentales tendemos a ser específicos y aislamos cualquier tema que tratamos de su entorno lo más posible para analizarlo, en Asia lo habitual es considerar que nada es independiente de su entorno y que lo que no se dice es tan importante como lo que se dice.
9. Somos lo que nos rodea
Somos máquinas de aprendizaje hipersocial y estamos hechos para aprender, establecer contactos sociales y jugar. Pero, nuestro carácter social llega a influirnos de manera mucho más profunda, dando forma a nuestros deseos, nuestras opiniones y nuestras decisiones.
Creemos que somos dueños de nuestros deseos, nos creemos lo suficientemente racionales e independientes como para elegir y perseguir lo que queremos en la vida.
Pero, no es verdad. Nos pasamos el día copiando. Culo veo, culo quiero, vaya 😉
A su vez, nos fiamos del conocimiento colectivo que hemos ido construyendo. Hubo tiempos en los que los diluvios eran obra de dioses iracundos. Los eclipses eran signos del Apocalipsis. La Tierra era plana. Esa era ‘nuestra realidad’. Con cada nueva explicación construimos modelos cada vez más precisos. Nuestra historia es la de nuestros modelos y nuestras creencias colectivas. El problema es que nuestro conocimiento caduca cada vez más rápido. Y eso, hace que entender el mundo sea cada vez más difícil.
Pero, además, como animales sociales, tendemos a evitar cualquier cosa que pueda significar que nuestro grupo nos rechace. Por eso, nos contenemos a la hora de decir lo que pensamos. Si las opiniones minoritarias tienden a ser cada vez menos visibles y las mayoritarias se ven reforzadas una y otra vez, acabamos con una visión monolítica y distorsionada de lo que el resto piensa.
Creamos espirales de silencio, en las que acallamos nuestras opiniones más controvertidas, mientras que sólo nos expresamos en aquello en lo que concordamos con la mayoría.
10. Fiarse de los medios ya es imposible
Vivimos en un mar de noticias falsas, bulos e informaciones engañosas. Buscar en los medios de comunicación la realidad es como tratar de aprender anatomía con un Picasso. A través de los medios, acabamos teniendo una imagen distorsionada de la realidad.
Porque los medios de comunicación tienden a primar lo noticiable sobre lo real, especialmente desde la aparición de internet. Estamos sometidos a la dictadura del clic y de la inmediatez, sólo aquello que nos llama la atención genera ingresos y la vida de las noticias es realmente corta. Pero, además, que un algoritmo decida, a partir de nuestro comportamiento previo, qué es más relevante para nosotros, nos encierra en nuestra propia burbuja de ideas. Los algoritmos que deberían facilitarnos la vida nos muestran aquello que refuerza nuestras opiniones o nos enfrenta a los unos con los otros.
Y si la realidad no existe (o no cómo la creemos), ¿qué debemos hacer? 5 propuestas finales:
Necesitamos más espíritu y pensamiento crítico
El problema no es lo que pensamos del mundo, sino que no nos obliguemos a cuestionarlo.
Nuestro principal problema a la hora de desentrañar la realidad no son las limitaciones que nos imponen nuestra naturaleza, nuestra experiencia de la vida o la influencia de otros, sino el hecho de que no nos rebelamos contra ellas. El problema no es cómo de acertado sea lo que pensemos sino que no nos obliguemos a cuestionarlo.
El mejor antídoto ante razonamientos falaces, simplistas o imposibles de entender es preguntar igual que lo haría un niño. Preguntar hasta entender. Preguntar no es algo que hagamos sólo a los demás, también podemos preguntarnos a nosotros mismos ¿Por qué creo en lo que creo?
A partir de ahí, cuestionemos la calidad de las pruebas que nos dan, los números o estadísticas que nos dan periodistas, políticos y publicitarios, la opinión de los ‘expertos’ o aquello que no entendamos y distingamos aquellos que es posible de aquello que es probable. Para dar algo de sentido a nuestro mundo, necesitamos aprender a pensar de manera crítica. Necesitamos pensamiento crítico.
2. Tendamos a los grises
Tendemos a dividir el mundo en dos mitades extremas y nunca terminamos de librarnos del todo de tener una visión binaria del mundo. Entender el mundo de una forma tan compartimentada, y en ocasiones tan binaria, es una garantía de que nos vamos a equivocar.
El pensamiento en blanco y negro nos hace, además, más susceptibles a ser persuadidos y manipulados. Pero, nuestro mundo no está en blanco y negro y entender esos infinitos matices de gris que se esconden detrás de todo nos acerca un poco más a la realidad.
Por ello, cuando tenemos una opinión fuerte sobre un tema, obligarnos a ponernos en el otro bando y a comprender sus argumentos es un paso esencial para empezar a detectar los límites entre ambas posturas y movernos en los grises.
3. Trabajemos con probabilidades
Vivimos rodeados de fenómenos impredecibles. Pero nuestro cerebro no entiende bien la aleatoriedad. Identificamos patrones donde no los hay y confundimos causalidad y casualidad. A los humanos se nos da realmente mal pensar en términos de probabilidad.
En la vida prácticamente todas las decisiones que tomamos son apuestas, porque lo hacemos en escenarios que se parecen más al poker que al ajedrez. Eso debería obligarnos a un cambio de mentalidad: una buena decisión es una decisión bien tomada, no una que tiene buen resultado. Pensar bien – tener un buen proceso para tomar decisiones – maximiza la probabilidad de un buen resultado, pero no lo asegura. En el largo plazo, un buen proceso maximiza el número de buenos resultados.
Nuestra vida es un juego de información imperfecta e incompleta, en el que sólo sabemos algunas cosas. Pensar de manera probabilística implica dejar de considerar nuestras convicciones como ciertas o falsas y pasar a graduarlas según la probabilidad que creemos que tiene de ser una cosa o la otra. Los eventos asimétricos, aunque es imposible predecir cuándo sucederán, sí podemos adelantar que pueden ocurrir y prepararnos para ellos. Pero no solemos hacerlo.
4. Pensemos de manera sistémica
Debemos pensar en sistemas y pasar de lo desconectado a lo interconectado, comprender que las cosas no suceden de manera lineal y ordenada, sino que todo tiene lugar en el mismo momento y todo afecta a todo. También implica pasar del análisis a la síntesis, dejar de estudiar elementos individuales, para intentar considerar el todo y las partes a la vez.
Para ello y como los modelos que construimos para explicarnos la realidad se basan en una porción minúscula de ella. No son la realidad, sino nuestra interpretación. Entender que con nuestra interpretación no basta, que necesitamos complementar con las perspectivas de otros. Y que cuanto más variadas sean esas perspectivas, más completa será nuestra realidad.
5. Movámonos en la frontera
Nuestra experiencia de la realidad está limitada a aquello que nos sucede a lo largo de la vida y, de ello, a lo que prestamos atención. Y a partir de esa experiencia construimos nuestros modelos de la realidad. Por eso, las fronteras siempre han sido, son y serán lugares interesantes.
A la hora de entender un mundo cada vez más complejo, es fundamental que aprendamos a aprender constantemente, a mezclar la profundidad con la amplitud, a explorar las combinaciones que surgen en las fronteras entre disciplinas y, a partir de ahí, a crearnos conjuntos de habilidad que nos permitan afrontar lo que venga.
Para terminar, Javier, termina el libro de una manera genial diciéndonos que entender que no entendemos nada del todo es una liberación. Somos dueños de un minúsculo reino del tamaño de nuestro cráneo, en el que vivimos como si fuéramos el centro del universo. En nuestro reinado tenemos cierta tendencia a la tiranía, con nosotros mismos y con los demás. Juzgamos a otros, sus decisiones o su forma de vivir, sin pensar que seguramente actuaríamos como ellos en sus mismas circunstancias. Comprender lo limitada que es nuestra experiencia de la vida, la enorme complejidad que nos rodea y el decisivo papel que representa la suerte en todo lo que nos sucede, debería ayudarnos a pensar de forma mucho más generosa con nosotros y con los demás.
A la vez, todo esto significa que estamos constantemente al principio de un camino infinito. Que lo que aprendimos hasta ahora en nuestras vidas es sólo una parte minúscula de lo que podríamos alcanzar a saber.
Sea dicho!
David Boronat | Presidente y Fundador de Multplica