La mujer que falta

Pino Bethencourt Gallagher | 11 de mayo de 2016

No deja de sorprenderme lo mucho que hablamos de ayudar a la mujer a llegar a la cima de las organizaciones y luego lo mucho que hacemos para hacerla tropezar veinte veces por el camino. Anoche salió en el programa de “El Hormiguero” una de las famosísimas modelos de Victoria’s Secret, Alessandra Ambrosio. Todo un estandarte de las cualidades que nuestra sociedad venera en una mujer ideal. Toda una fuente de piedras, baches y agujeros en los que hacer tropezar a nuestras mujeres reales.

A mí esta chica me parece muy mona y muy profesional. Pero promocionar a todas horas y por todos los canales un modelo de mujer completamente alejado de nuestra realidad no hace más que minar nuestra autoconfianza desde su base más esencial. Las estadísticas no hacen más que confirmar que casi la mitad de las chicas de quince años se encuentran gordas a sí mismas, y un vistazo a las revistas de moda demuestra cuántas horas pasamos pensando en hacer dieta y ejercicio para intentar amoldar nuestros cuerpos a lo que se nos vende que es “lo mejor”.

Pero no se trata solamente de un problema de aspecto físico. Si sólo fuese eso a lo mejor nos daría lo mismo a las directivas, empresarias y madres trabajadoras. El programa entero del Hormiguero fue una oda a la teoría ideal con la que sueñan muchos hombres engañados por la publicidad: una chica muy delgada, en los mejores años de su vida – porque cuando envejezca la cambiarán por otra–, que dedica sus días a cultivar sus abdominales de tabla recta y poner el culito en pompas de ángulos muy estudiados para que parezca que hay curvas donde nunca las hubo. Una chica que muestra su cuerpo casi desnudo en lencería provocativa para ganarse la vida y que se ríe de todas las insinuaciones sexuales que le hacen todos los babosos que la rodean. Una chica cuyo valor personal es directamente proporcional a su actuación como muñeco erótico al servicio de las fantasías egoístas de los guarros. Una chica cuyas filosofías de la vida tienen más que ver con qué zapatos se ha puesto para salir de casa que con cualquier otro tema de la más mínima trascendencia.

¿Esto es lo que queremos que sean nuestras hijas? ¿Es esto lo que queremos que deseen y busquen nuestros hijos en una mujer? ¿Alguien quiere a una CEO como ésta al frente de su empresa?

Y es que las mujeres que levantan la voz en contra de estos modelos femeninos claramente inspirados en la mente de hombres babosos, cosificadores e incapaces de mirar más allá del aspecto físico, son salvajemente criticadas por…¡las propias mujeres! Que si somos feministas. Que si somos envidiosas. Que si somos unas brujas. Etcétera.

Pues bruja o no, estoy indignada. Estoy enfadadísima con una sociedad que calla ante la promoción de ideales tan poco admirables, tan poco realistas y tan poco ligados al mérito o el esfuerzo personal. Estoy avergonzada de todas las conversaciones entre mujeres en las que hemos alabado el buen tipo de fulanita y puesto a parir a menganita porque era regordeta, o hemos admirado el partidazo con quien se casó la primera y nos hemos reído del perdedor desorejado de la segunda. Me espanta la dinámica competitiva, o quizás meramente defensiva, que tantas veces invade nuestras conversaciones “de amigas” sin que nos demos cuenta.

Estoy asqueada con todas estas nuevas novelas supuestamente eróticas cuyas autoras parecen querer enseñarnos a todos lo buenas amantes que son ahora que han perdido su juventud y se preguntan quién las va a valorar ni por qué. Y por encima de todo me siento frustrada con los milagros imposibles que intentan obrar todas las mujeres a mi alrededor sin conseguirlo. Las mujeres somos tan endiabladamente sensibles, por muy fuertes que queramos ser o aparentar, que todas sufrimos los comentarios negativos sobre nuestro aspecto, nuestro desempeño profesional, nuestra lealtad en la amistad, nuestra entrega como madres, nuestra bondad como hijas.

Esto es algo que los hombres no alcanzan a entender del todo. Quizás les pasa lo mismo que a muchos animales salvajes, que no muestran ningún síntoma de debilidad o enfermedad hasta que están casi muertos, para que no se den cuenta sus depredadores o competidores y no vengan a por ellos. Las mujeres somos sensibles, profundamente sensibles, a los comentarios de los demás. Nos hieren en lo más hondo y lo más íntimo, desde que somos niñas hasta que somos abuelas.

Me he dado unos días para intentar escribir este artículo sin demasiados sapos y culebras porque también yo me pregunto ahora si no estaré siendo demasiado fuerte, demasiado exigente, demasiado rabiosa. Me he encontrado sola, enfrentada a una multitud de borregos que no se enteran de nada tantas veces en mi vida, que he sufrido mucho con mis propias críticas hacia mí misma. Porque yo nunca he sido como las modelos que tanto premiamos en los rankings de la moda, la música y la prensa rosa. Ni en físico, ni en mentalidad, y muchísimo menos en corazón.

No. Yo siempre me he parecido mucho más a lo que hemos calificado de bruja y hemos quemado en hogueras, físicas o verbales. He sido fuerte. He sido comprometida con mis valores. He sido luchadora. He denunciado la falsedad y el juego sucio. He buscado el liderazgo y he jugado mucho con el poder. He compartido mis fortalezas con todo aquel que se ha acercado a luchar conmigo y he invertido siempre en nuevos retos y aventuras. He perseguido los más nobles ideales. He sido rematadamente curvy –que parece que por fin vuelve a estar de moda –, he sido exigente hacia los hombres y muy fiera de mi intimidad más íntima.

¡Así que sapos y culebras a go-go! Estas niñas cursis, jovencitas y adictas a los selfies no son modelo de nada. No podemos seguir imponiendo modelos e ideales tan patéticos a nuestras mujeres en la televisión, en los anuncios de la calle, en las novelas, en las revistas, hasta en la caja de los cereales. No podemos seguir poniéndole zancadillas en forma de retos imposibles a la mujer en todas sus facetas hasta que se haga dura, competitiva y despiadada como un guerrero psicópata.

Y después de la de cal, una de arena, al más puro estilo de fémina indomable y nunca aburrida. Lo que mejor hacemos las mujeres es el amor. Traemos la emoción y el sentimiento a todo lo que hacemos, cultivamos la vida y servimos a la enfermedad y la vejez con ternura y devoción. Traemos la conciencia ambiental y social a nuestras empresas y buscamos siempre la armonía y el buen ambiente laboral, ¡aunque tengamos que montar siete pollos morrocotudos para conseguirlo!! ¡Je,je,je!

El modelo de mujer que necesitamos es el mismo que llevamos siglos quemando como bruja. Es la mujer que lo da todo por aquello en lo que cree y por proteger a los suyos. Es la mujer fuerte y apasionada capaz de enfrentarse a todos si hace falta, pero que sabe hacerlo desde el amor, la fluidez y la serenidad. La mujer que sabe ser fuerte siendo blandita, amorosa y generosa. Y ya no pretende ser como ninguna otra… es simple e irresistiblemente ella.

¡A ver cuando vemos a una así en el Hormiguero!