Y sucedió… Cuando no esperaba que sucediese. Y mi mujer me dijo: «Tenemos que hablar». Y ya intuí que se trataba de algo serio. «Vamos fuera de casa y te cuento». Y así se rompió una relación de más de veinte años. Fue una noticia ya anunciada por ella al principio de nuestra relación, pero… eso ya es otra historia. Y sentí el vacío. Y me cuestioné todo en mi vida.
¿Qué quiero hacer ahora? ¿Qué sigo haciendo? ¿Qué voy a dejar de hacer? ¿Qué tengo que hacer que ahora no hago?… Y, el nuevo hacer, ¿para qué?, ¿hacia dónde?
Tomé decisiones
Y aproveché para cuestionarme lo más importante: ¿Cuál es el sentido de mi vida en estos momentos? ¿Cuál puede ser el camino que me conducirá más fácilmente hacia «el ir siendo feliz»? Y no me conformé con cuestionarme qué es lo que hacía y cómo me sentía, sino que tomé decisiones.
La primera decisión ante esa situación de crisis fue la de trabajar mi dolor, hacer el duelo y, además, decidir no caer en el sufrimiento, no dejarme atrapar por ese dolor, esa tristeza y que se me quedase enquistada en mí. La segunda decisión fue de índole operativa. Tenía 60 años y estaba con la edad apropiada (cualquier edad lo es) para reiniciarme, reinventarme.
Y dejé la universidad en donde había estado dando clases durante 34 años. Siempre a tiempo parcial. Mis alumnos se merecían que les hablase, aparte de los modelos y teorías, de lo que sucedía en el día a día en el mundo de la empresa. Y eso lo hacía apoyado en una empresa de consultoría que había creado para trabajar con nuestros clientes «el cambio a través de las personas».
«El bicho» era yo
Y también decidí dejar la empresa. Intenté venderla pero este tipo de empresas se vende siempre con «el bicho» dentro. Y «el bicho» era yo, y lo que necesitaba en ese momento era sentirme lo más libre posible para mi reinvención. Total, que la fui cerrando lo mejor que pude.
Y mantuve la dirección de un programa en ESADE que era Gestión del Talento. Desde ahí podía seguir investigando, continuar en relación con jóvenes y seguir diseñando mi futuro. Y aproveché la crisis, la ruptura.
Reforzar mi autoconfianza
Y así fue. Sin pareja, sin universidad, sin empresa, decidí centrarme, focalizarme mucho más de lo que había hecho hasta entonces. Unos años antes había hecho los cursos de Doctorado en Psicología Social y mi DEA fue una investigación sobre la confianza.
Y en eso me centré. En seguir investigando sobre cómo crear confianza en las organizaciones y cómo cada profesional tiene que trabajar su autoconfianza. Y eso me vino muy bien a mí, pues era lo primero que necesitaba: reforzar mi autoconfianza. Y me dediqué a dar conferencias y workshops sobre confianza por todo el mundo latino. Países de habla hispana y portuguesa.
Y renací. Y me sentí muy bien al ir haciendo lo que me daba satisfacción y, al mismo, tiempo sentía que aportaba valor a otros. Y hoy en día, 10 años más tarde, sigo profundizando en la confianza.
Se trata de evolucionar del miedo y control a la confianza y el compromiso.
Desprenderse de miedos no es fácil
Y no es fácil desprenderse de miedos. Muchos de ellos nos los han inyectado en las venas. Y sobre todo los miedos a la pérdida (personas, trabajo, amor, cosas, vida…), a la no afiliación (a sentirte excluido, solo, aislado) y al abuso del otro (seguramente por haber confiado demás…).
Pero, solo identificando nuestros miedos primero y superándonos poco a poco después, podremos reinventarnos y aprovechar las crisis que nos vayan viniendo al ir viviendo la vida.
Y, así voy sintiendo que estoy más preparado para afrontar mi siguiente dolor. Y, sigo viviendo, evolucionando, creciendo… En el día a día y de crisis en crisis.
José María Gasalla | Experto conferenciante, escritor y profesor de Deusto